sábado, 13 de septiembre de 2008
La racha del Pájaro Vallejos
Mezcló la saliva con el líquido verde y tragó. El quejido de los últimos sorbos tibios hizo hablar al mate que deambulaba alrededor de la mesa histórica de 53 años de existencia. Vallejos le devolvió el porongo a Juan Martínez, el secretario del club que le había alcanzado la infusión segundos antes de la sentencia: “Mire Vallejos, usted sabe todo lo que lo quiere la gente. Sino no estaríamos charlando acá con usted. No estaría en el club hace rato, no sé si me entiende”. Las palabras de Roberto Miguel Martínez, presidente de la institución, fueron un “lifting” momentáneo que le plancharon las arrugas de la frente. Sabía que si esto ocurría, los trastos de su humilde taller de autos lo esperarían con menos nostalgia que la habitual. No desayunó al otro día. Se levantó derecho al baño y no orinó. Clavó la mirada en el espejo manchado por los años, mientras el agua se expresaba en el lavatorio. La radio sonaba en la cocina y su mujer volvía de la despensa. “Están tibias las flautas Rafa”, le dijo Margarita.
Ese nudo en la garganta no le impidió consumir unos verdes, miró el pan chorreando mermelada en el plato, le hizo un gesto de “nos vemos” a su mujer y pasó por el armario. Con el decolorado equipo de gimnasia verde se fue caminando, silbato en el cuello, gorra en la mano y petaca en el bolsillo.
Miércoles y viernes eran los días de entrenamiento fuerte. Los tiempos y el dinero no daban para que se programara la semana de manera profesional. Tres cuadras antes de llegar a la cancha bebió sin piedad en busca de inspiración. El Pájaro (tal su apodo) encaró para la mitad de la cancha mientras algunos jugadores habían empezado a trotar. Decidió no saludar y se sentó arriba de una pelota, en el centro del campo, a la espera de una idea.
“Muchachos, esto no da para más. El domingo tenemos que ganar o me echan. Ya lo saben, no hay mucho por agregar. Hice todo lo que pude, en su momento ustedes no me dejaron renunciar y me sentí apoyado siempre por este grupo de hombres”, empezó diciendo con voz entrecortada. Pero al Pájaro Vallejos se le ocurrió dar un golpe de timón: “Cantilo los espera en la carnicería el lunes. Si ganamos hay un kilo de asado para cada uno y será así siempre”.
El viejo entrenador sabía que el domingo era su último partido al frente del equipo y ya había empezado a recuperar clientes en su taller mecánico para los tiempos que se avecinaban, frente a las horas sobrantes con las que contaría.
Amigos del Sur perdió su invicto contra el peor del grado, por un gol sobre la hora del Chueco Cuestas. El Ilusionista jugó muy mal, pero por esas cosas que tiene el fútbol se quedó con la victoria. Vallejos no sabía que ese triunfo le costaría la separación de su mujer durante los próximos tres meses y Cantilo jamás pensó que la suerte de su negocio en caída cambiaría tan repentinamente. El Ilusionista metió ocho victorias consecutivas lo que significó la ruina económica para Vallejos que, como un apostador, fue endeudándose con Cantilo con tal de que su equipo no perdiera más. Un empate fue el respiro para sus bolsillos y para evitar la quiebra económica. Luego, el equipo fue alternando buenas y malas hasta que la temporada terminó. Fue un honroso quinto puesto en el torneo, lo que le valió la clasificación a la Copa Interpueblos y la renovación de su contrato.
Basile sí, Basile no según los medios
Por otra parte, el diario Clarín cuenta en su redacción con amigos íntimos del entrenador como el reconocido periodista Horacio Pagani. No en vano se le endilga a los jugadores falta de respeto hacia el técnico. En sus páginas de la sección deportes, en los últimos días, desnudó parte de la interna que existe en los jugadores. “Un plantel dividido en grupos que le perdió el respeto a Basile”, tituló el popular medio. “Cada uno hace la suya y eso se nota cada vez más”, dice Clarín, que sostiene que el plantel está dividido. “El motivo principal es que los jugadores le perdieron al respeto a Basile y a su cuerpo técnico. Hoy, la sensación es que cualquiera ‘se le anima’ (enfrenta) al DT”. Sobre las divisiones internas en el plantel, afirma: “De un lado están Juan Román Riquelme y el grupo de Boca (Sebastián Battaglia y Daniel Díaz, porque Roberto Abbondanzieri no se sumaba); en otro los históricos como Esteban Cambiasso, Gabriel Heinze y Javier Zanetti más Javier Mascherano, Fernando Gago, solo a veces, y Pablo Zabaleta, que se sumaron más por una cuestión de piel contra otros grupos, que por ser parte”.En cuanto a los pibes, difundió: “Más allá, Lionel Messi y Sergio Agüero, quienes viven casi en un mundo virtual con la Play Station que hasta les hizo desatender una conferencia de prensa a ambos”.Además, Clarín destacó que los futbolistas no lo respetan. “No sólo no entienden el mensaje de Basile sino que ‘lo cargan’ (se burlan) por ciertas actitudes”, dice referencia a las famosas cábalas, como echarse talco sobre su cuerpo o hacer “cuernitos” cuando el rival ataca.
Ayer, lejos de la Capital Federal y de la mediatización del conflicto Basile-jugadores el diario local La Voz del Interior dio un avance y un giro de claridad a la realidad del entrenador en el equipo albiceleste. En una entrevista que publica, el presidente de la AFA Julio Grondona salió a respaldar al cuestionado entrenador y sentenció que bajo ningún punto de vista piensa en reemplazarlo. A su vez, Grondona confirmó que entre el martes y el miércoles próximo se reunirá con el cuerpo técnico. “En estos momentos hay muchas críticas a la Selección, sobre todo del periodismo, pero cada uno tiene su forma de ver las cosas y hay que respetar a todos. Hay que darle tiempo al tiempo. No creo que la sangre llegue al río”, aseveró.“Sería una audacia de mi parte salir a hablar sin primero conocer el pensamiento del director técnico de la Selección, cuál es su ánimo, si quiere seguir”, señaló Grondona y respaldó al Coco: “Yo solamente me preocupo si estoy muy enfermo... Hoy estamos clasificados y todos los seleccionados de Sudamérica son parejos”, finalizó.
"Riquelmov" y "Federmessi"
¿Un abuelito en el Kinder?
Fue tremendo aquel plantel. Diego Maradona, la cabeza del mismo, Caniggia, Batistuta y Balbo; Fernando Redondo, Ruggeri, Goycochea, Islas... qué nenes. Alfio Basile había armado un equipazo para el Mundial de Estados Unidos 1994. Era una máquina, que no jugaba bien, que tenía muchos desconciertos en defensa, pero que sin embargo no había margen de crítica para la elección popular. Estaban casi todos los que el público añoraba ver y se percibía ese tufillo a “mística”. 15 años después, es el Coco (que dicen no es el mismo) el que ha hecho casi lo mismo: tomar lo mejor de lo mejor. Ser consecuente con el clamor de la gente y con su idea de juego. Pero los tiempos parecen haber cambiado y el debate nacional ronda en torno a su continuidad. Con Messi, Tevez, Riquelme, Agüero, Gago, Mascherano no puede hacer lo mismo que hacía en la década del 90. No hay contención y la brecha generacional atenta como la Playstation lo hace contra el metegol. La vida de los argentinos y el fútbol, su única esperanza de ganar algo en serio y de mutar como una solución a nuestros problemas cotidianos llevan a lo más alto la discusión. Se ve que nadie quiere comerse otra amargura frente a las tantas que nos acechan y el Coco, aquel viejo zorro del fútbol místico albiceleste, se ha convertido en la presa del momento. Los medios también se instalaron en el debate, mientras un hombre con edad de abuelo lucha contra otros hombres con edades de nietos.
miércoles, 3 de septiembre de 2008
Todavía te seguimos soñando
Sin el Negro no es lo mismo
El bar El Cairo es el paladar seco de una Rosario que aún no se acostumbra a la ausencia de Roberto Fontanarrosa. La desaparición del escritor y humorista gráfico aún es un golpe difícil de digerir que apenas se remoja con un recuerdo en el lugar más mítico de sus nostálgicos cafés.
“Permítame decirle que sin el Negro no es lo mismo. Usted sabe bien: Cuando un equipo pierde la figura principal de la cancha, de a poco se va apagando y luce de un opaco grisáceo. Por eso, yo al Negro lo vi haciendo esos firuletes maravillosos, como si en el fútbol se pudieran percibir en los jugadores los saltos de los bailarines clásicos en los teatros. Pero vea, una cosa está también más que clara, no le busquen reemplazante, porque no lo van a encontrar. Ni se atrevan a pensar que podrán conseguir a uno igual que él”.
Este fragmento bien podría haber sido el inicio de un cuento característico de Roberto Fontanarrosa. Claro, aférrese a la idea principal de ese párrafo, porque la prosa no tiene comparación a la del ilustre rosarino de ojos de aceituna. Ese brillo aún persiste en la retina de la nostalgia que hoy va doliendo cada vez más que el inoxidable paso del tiempo se aferra a su recuerdo. Todavía cuesta imaginarse a Rosario sin Fontanarrosa. Mirar al triste Mendieta pintado en una pared descascarada del kiosco de revistas de la otra esquina del bar El Cairo, es aún una postal lastimosa y sin final.
Allí está ese punto de Santa Fe y Sarmiento, a unas cuadras del Paraná, erigido en una mezcla de la antigüedad de su edificio y la modernidad de sus reformas. Allí, de altos vidrios, alumbrando demasiado los colores sepias, se encuentra el lugar mítico, que vaya a saber cómo, de qué manera, se le ocurrió al humorista comenzar a hacerlo una base propia. Por comodidad, por paso obligado, por ganas de establecerse en el café que en su momento más lo atraía se colocó en la silla de madera lustrada que se fue rodeando de unos pocos amigos.
El bar El Cairo de Rosario es un lugar que ahora reúne condiciones “turísticas”. Es decir: “Voy a Rosario y me tomo un café en El Cairo”; como cuando en Córdoba decimos: “Nos comamos algo en la Sorocabana”; como cuando en Buenos Aires es una parada obligada “visitar al Tortoni”. Eso es El Cairo, pasar a verlo al Negro, pero imaginariamente. Estar allí tiene aún su mística especial. Mucha madera, apliques retro, algún vitró en un rincón, unas paredes de pintura desteñida a propósito, chocan con algunos TV plasmas. La geografía visual indica que hay que detenerse en la isla del lugar, un cuadrado formado por unas barras, donde proliferan las botellas a medio llenar, la caja donde tickea el encargado y hacia arriba, una muestra fija de gigantografías colgadas con Fontanarrosa, con Mendieta, Inodoro Pereyra, Boggie, y esas miradas de cowboy del más Canalla hincha de Central. “100 % Negro” es la leyenda ya clásica que encierra la representación ornamental. Más abajo, en una columna, el retrato ya reciente de sonrisa sexagenaria. En un rincón, en una punta, una enorme biblioteca muestra toda la bibliografía del escritor y humorista con apéndices de la cultura rosarina, bajo la pluma de algunos otros escritores locales.
Es chocante cruzarse con los mozos y mozas que promedian los 23 años. Quizás el paso del tiempo induce a pensar que Roberto se llevó algunas cosas más, incluso la vejez de quienes atendían a sus mesas. La nena trae la carta que en la tercera hoja vislumbra la tabla “Del Negro”: viene con matambre casero, salame de campo, quesos, lengua a la vinagreta, salchichas. Fontanarrosa se habría anticipado a la jugada con su humor, negro, obvio: “Y, no podría ser un plato que no incluyera algún fiambre”.
Fue un trayecto muy pintoresco. Las fotos de la vida diaria de esa ciudad lustrosa ofrendan al puente colgante imponente, el camino de la costanera paranaense con decenas de localcitos a la vera de la avenida, en la que el viento mueve los dorados colgados, chorreando, recién clavados en enormes ganchos, listos para venderse. La desembocadura al bello Gigante de Arroyito va mostrando pinturas callejeras. Las caras del Che, del Negro Olmedo y de éste Negro, de colores exclusivos en amarillo y azul.
El sábado al mediodía tiene en la última parada a la segunda morada del revindicador de las malas palabras: la mesa de los galanes. Son tres cuadrados que conforman un rectángulo rodeado de ocho comensales. Casi todos concluyen o han concluído sus cincuentas de edad. Canosos, bohemios y ténues verborragias con sonido de cubiertos en los platos. Ricardo Centurión, el Pitu, Cari, el Turco Galli, Oscar Bisso, el Peruano y el Colorado Vázquez alternan piropos a la única mujer infiltrada en el almuerzo. “Lo de siempre querida”. La moza toma nota. Es gracioso observarlos con su aire intelectual. Suplementos culturales en las sillas, diarios, libros y hasta un DVD de un concierto de rock. Alguna que otra risita perdida; el que habla en diagonal con uno del frente sin escuchar a los de al lado. Unas palabras bastan para la elocuencia a la hora de los postres y casi que intentan disimular que así y todo se sienten bien. “Cordobés, ¿eh?. Qué desastre Talleres, Belgrano...mamita”.
Son los mismos, sin colgarse demasiado de esa fama tan bien conseguida. Tratan de no hablar mucho del ausente, se miran con complicidad lagrimeante. No hay mucho para decir. ¿Para qué salar en sus heridas?
“Permítame decirle que sin el Negro no es lo mismo...”
(Publicado el domingo 16 de diciembre de 2007 en diario Día a Día)
FONTANARROSA Y EL CONGRESO DE LA LENGUA
VIEJO CON ÁRBOL (un gran cuento del Negro)